Entramos en el portal y...

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Llegamos a mi casa y, ¡oh, qué bien!, Chopin era líder de ventas en iTunes. Tomamos varias copas sentados en el sofá, mientras reíamos desesperadamente, esperando un grito iluso de deseo. En ese momento, nuestra sonrisa se borró y las miradas cambiaron. La profundidad, color azabache, de sus ojos no me inspiró amor…íbamos bien. Nos acercamos mutuamente sin ningún tipo de vacilación y nos fundimos en un ardiente y amplio beso. La lujuria guardó el champagne en la nevera mientras los dos huíamos despavoridos hacia el dormitorio. Y sin darnos cuenta, la ropa desapareció de la escena, y sólo quedamos ella, el aire caliente y yo. Sus manos recorrían mi cuerpo como una rata en un laberinto; sin rumbo fijo, a una velocidad descomunal…sabiendo dónde iban a terminar. Mientras el mosquito que me estaba picando moría de una subida de temperatura, ella bajaba, y bajaba; casi con más entusiasmo que yo. De repente, mi cere (hmm…)…mi cerebro se volvió compasivo y nos cambiamos los papeles. Sólo el reloj nos vigilaba. Ascendí misteriosamente hacia su boca, porque lo único que deseaba era besarla como si no hubiera mañana. Nos quedamos quietos un segundo, nos miramos, y temblamos de placer cuando en aquella habitación ya sólo había una persona. El sudor era agradable, pero aún más, mis dedos entre su pelo y yo mismo entre sus piernas. Pasamos del adagio al molto vivace; y, por un momento, pensé que íbamos a perder el conocimiento. Y finalmente lo perdimos, dándole rienda suelta al subconsciente. Así, llegué a mi destino…ella, dos veces. Y lo único que fui capaz de decir en aquel momento fue: “Eres fantástica”. Entre el humo del cigarro de despedida, ella sugirió que se había quedado con hambre, por lo que, muy a mi pesar, volvimos al restaurante.

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